La doctrina del shock por Melanie Klein

La obra de Naomi Klein, La doctrina del shock, denuncia con agudeza el uso de las crisis tanto naturales como políticas como herramientas para imponer reformas económicas neoliberales. En lugar de ser vistas como situaciones a superar con solidaridad y recuperación colectiva, las crisis son aprovechadas por élites económicas y gobiernos para implementar medidas que, bajo el pretexto de "reconstrucción", desmantelan el Estado de bienestar y benefician al capital privado. La autora argumenta que, en momentos de vulnerabilidad colectiva, como desastres naturales, guerras o colapsos económicos, las grandes corporaciones se benefician enormemente de la explotación de estas situaciones, lo que da lugar a lo que ella llama el "capitalismo del desastre".

El concepto central que Klein presenta es que las élites neoliberales no solo aprovechan las crisis como momentos de "oportunidades económicas", sino que las buscan intencionadamente. A través de una estrategia que se podría describir como oportunismo estructural, los agentes del capital privado implementan reformas que, en condiciones normales, serían inaceptables. La crisis, ya sea causada por un golpe de Estado, como en Chile bajo la dictadura de Pinochet, o por un desastre natural como el Huracán Katrina en Nueva Orleans, crea un estado de shock en la población, que se encuentra emocional y físicamente incapaz de resistir reformas que desmantelan el tejido social y económico del país (Lange, 2010).

En el caso de Chile en la década de 1970, donde el economista Milton Friedman y sus seguidores del neoliberalismo aprovecharon el caos posterior al golpe de Estado para imponer reformas radicales. Mientras los ciudadanos estaban traumatizados por la violencia política y la hiperinflación, se privatizaron recursos, se desregularon mercados y se recortaron derechos laborales. En este contexto, el modelo neoliberal no solo se implantó sin el consenso democrático de la población, sino que se aprovechó de su vulnerabilidad para consolidar un sistema económico que prioriza el lucro sobre el bienestar social (Klein, et.al 2007).

La misma estrategia de "shock" se observó en otros contextos históricos (Lange, 2010). En el caso de Irak, tras la invasión liderada por Estados Unidos en 2003, pone de manifiesto cómo la guerra y la desestabilización política se convirtieron en la excusa para aplicar un paquete de reformas neoliberales que despojaron al Estado de su capacidad de intervención económica, favoreciendo a las grandes corporaciones extranjeras. Igualmente, el desastroso paso del huracán Katrina en Nueva Orleans fue aprovechado para implementar privatizaciones en sectores como la educación y la salud, favoreciendo a intereses privados.

El Foro de Davos, una de las reuniones de élites económicas más importantes del mundo, es otro espacio donde se discuten abiertamente estos temas. En 2007, se presentó lo que algunos denominaron el "dilema de Davos", al observar que, a pesar de vivir en un mundo cada vez más inestable, con guerras, terrorismo y desastres naturales, la economía global seguía prosperando. Este fenómeno no es accidental. Sectores como la construcción, la defensa y el petróleo, que se benefician directamente de las crisis, han encontrado en la destrucción una oportunidad para generar enormes ganancias (Lange, 2010). La reconstrucción post-catástrofe se ha convertido en un negocio lucrativo, y las grandes corporaciones han aprendido a anticipar el caos para maximizar sus inversiones.

En este contexto, Klein señala un evento crucial en la historia económica de los años 80: el shock de Walker, provocado por la decisión de Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, de elevar los tipos de interés a un nivel sin precedentes del 21% en 1981. Este cambio drástico tuvo efectos devastadores tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, pero fue fuera de las fronteras de Estados Unidos donde el impacto fue más pronunciado. Los países en desarrollo, que ya se enfrentaban a deudas masivas, fueron especialmente vulnerables. La crisis de la deuda se convirtió en un electroshock, ya que las economías de estos países colapsaron bajo la presión de tasas de interés exorbitantes, mientras que los mercados financieros globalizados se volvieron extremadamente volátiles.

La crisis provocó la quiebra de numerosas economías en desarrollo, que ya eran objeto de especulación financiera y de elevados niveles de deuda. Klein describe cómo el poder de las instituciones financieras globales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, se consolidó en este contexto. Ambas instituciones, que originalmente fueron creadas para proteger a las economías de las crisis financieras y fomentar el desarrollo, adoptaron un enfoque radicalmente liberal, impulsando políticas neoliberales en lugar de proteger las economías en crisis. Desde 1983, el FMI impuso políticas de ajuste estructural en todos los países que solicitaban ayuda, exigiendo la implementación de las políticas neoliberales de los Chicago Boys (economistas seguidores de Milton Friedman).

Klein también dedica un espacio a la crisis asiática de mediados de los 90. Los llamados tigres asiáticos (Malasia, Corea del Sur, Tailandia) gozaban de un gran éxito económico y eran vistos como ejemplos de un crecimiento acelerado en el contexto de una globalización sin restricciones. Sin embargo, este crecimiento se desmoronó cuando las políticas proteccionistas de estos países se vieron alteradas por la presión internacional, particularmente del FMI y la Organización Mundial del Comercio (OMC). A pesar de que estos países mantenían restricciones a la compra de terrenos y participaciones por parte de extranjeros y controlaban sus sectores estratégicos, el levantamiento de las restricciones financieras a mediados de los 90 permitió que grandes flujos de capital especulativo llegaran a la región.

Este flujo de capital especulativo desencadenó una crisis financiera en la región, y los países en crisis (como Tailandia, Filipinas, Indonesia y Corea del Sur) se vieron obligados a negociar con el FMI. A cambio de ayuda financiera, el FMI exigió que estos países abandonaran el proteccionismo estatal y las políticas de control económico que habían sido fundamentales para su éxito, privatizando sectores clave y reduciendo el gasto social (Lange, 2010). Como resultado, las economías renacieron, pero a un alto costo social, con privatización de los servicios básicos, despidos masivos en el sector público y una mayor flexibilización de la fuerza laboral.

Klein continúa su análisis con la intervención de Estados Unidos en Irak en 2003, un ejemplo claro de lo que ella llama "capitalismo bélico". Sostiene que el proceso detrás de la intervención estadounidense en Irak siguió un protocolo predecible. Primero, una multinacional estadounidense se ve amenazada por una decisión de un gobierno que perjudica sus intereses económicos. Luego, los políticos estadounidenses convierten la amenaza económica en una justificación geopolítica, presentando la intervención como una cuestión de seguridad nacional.

El gobierno de George W. Bush, junto con figuras clave como Dick Cheney y Donald Rumsfeld, mezcló los intereses de grandes corporaciones con los intereses nacionales de Estados Unidos, lo que resultó en una invasión justificada bajo pretextos (como la amenaza de armas de destrucción masiva). Klein argumenta que Irak no representaba una amenaza para la seguridad de Estados Unidos, sino que su resistencia a las grandes corporaciones energéticas estadounidenses (como la firma de contratos con compañías rusas y francesas) provocó la intervención. Tras la caída de Saddam Hussein, empresas estadounidenses como ExxonMobil, Chevron y Shell se beneficiaron enormemente del control sobre los recursos petroleros de Irak.

El huracán Katrina en 2005 es otro ejemplo que Klein analiza en su libro para ilustrar cómo las grandes corporaciones se benefician de los desastres. Tras el huracán, se produjo una serie de privatizaciones, especialmente en servicios básicos como el agua y la electricidad, en un proceso que reflejaba la tendencia neoliberal de privatizar lo público.

Además, la autora destaca un dato interesante de 2007, cuando la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles informó que Estados Unidos se había quedado atrasado en el mantenimiento de infraestructuras públicas clave, como carreteras, puentes y escuelas. A pesar de que estas infraestructuras necesitaban miles de millones de dólares para ser modernizadas, los recortes en los gastos públicos hicieron que estas inversiones nunca se materializaran.

Klein argumenta que las crisis económicas, políticas y sociales han sido aprovechadas por las elites globales para imponer reformas neoliberales que favorecen la privatización, la desregulación y el control de los recursos por parte de grandes corporaciones. Ya sea en la crisis de la deuda en América Latina, la crisis asiática o la invasión de Irak, las políticas neoliberales han sido implementadas bajo la justificación de la "emergencia", resultando en grandes desigualdades sociales y un mayor control de las élites sobre las economías globales (Lange, 2010).

Este "capitalismo del desastre" no solo se refiere a los beneficios obtenidos en la reconstrucción, sino también a cómo sectores como la defensa, la seguridad y el petróleo aprovechan la inestabilidad global para expandirse. Klein también denuncia cómo las reformas impuestas bajo estas circunstancias (privatización, desregulación, recorte de derechos laborales) han sido presentadas como soluciones inevitables a las crisis, pero en realidad han servido para profundizar la desigualdad social y consolidar el poder corporativo. En particular, resalta que estas políticas han debilitado el papel del Estado y han favorecido la concentración de la riqueza en manos de unas pocas élites económicas.

La crítica de Naomi Klein no se limita a un análisis económico del neoliberalismo, sino que también cuestiona la ética detrás de este modelo. El "capitalismo del desastre" no solo despoja a las personas de sus derechos y recursos, sino que también mina la capacidad del Estado para proteger el bienestar de la ciudadanía. Las reformas neoliberales impuestas durante situaciones de crisis no solo se aprovechan de la vulnerabilidad de la población, sino que también consolidan una nueva élite económica que se beneficia de la destrucción y el sufrimiento colectivo. En este sentido, La doctrina del shock no solo es una denuncia de las políticas económicas, sino una defensa de la memoria histórica y la resistencia social frente a un modelo que, lejos de ser inevitable, ha sido impuesto por el oportunismo de las élites, bajo condiciones de trauma y desestabilización.

Bibliografía:

Lange, C. (2010). La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre. Revista Invi25(70), 225-227.

Klein, N., Santos, A., Diéguez, R., & Caerols, A. (2007). La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Paidós.

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